Las casas de salud; residenciales;geriátricos y otros eufemismos por el estilo, comparten un triste privilegio: ser depósitos de nuestros mayores. Son una necesidad de esta vida pos-moderna, en la que todos trabajamos muchísimo para mantener y/o acceder al status al que pertenecemos o queremos pertenecer. Necesitamos muchas cosas materiales, pero, los afectos?-familia, amigos- los necesitamos? nos necesitan?
Parece que «hay» que acumular, acopiar, llenar la casa de cuanto articulo novedoso nos propone el mercado. Entonces nuestros viejos van a parar al desván de la vida….las casas de salud! Las hay buenas, malas, buenísimas, pésimas; pero todas tienen una característica ineludible: carecen de alegría. Los rostros son tristes, lejanos, reina el silencio , aquel del carecían en sus jóvenes años. Sin embargo, de vez en vez, se produce el milagro! nace un amor otoñal por la edad de los protagonistas, pero que tiene todas las características de un tórrido verano.
Uno de estos milagros del que fui testigo, se dio entre una dama muy mayor y algo fuera de la realidad y un caballero de edad acorde y que se encontraba en silla de ruedas. Ella se le acercaba y las palabras estaban de mas, hablaban los gestos, las caricias… ese lenguaje que todos los humanos conocemos tan bien! el lenguaje del amor, de la pasión.
Lamentablemente, estos amores raramente son aceptados; mas bien son rechazados y ridiculizados. Ojala nos demos cuenta y comprendamos, que todos, a cualquier edad, tenemos derecho al amor!